PREGUNTA
“Quisiera que me ayude con sus consejos. Cuando era niña fui abusada por más de una persona, lamentablemente uno de ellos fue mi propio padre. Quedé huérfana de padre a los 7 años. Me sentí liberada pero no puedo evitar que vengan recuerdos. En muchos momentos me lleno de cólera o no sé si decirle odio hacia mi padre y también a mi mamá por no haberme cuidado de manera adecuada. Tengo 33 años y no puedo superarlo, he tratado pero no puedo. No tengo una buena relación con mi mamá, lo he conversado con ella. Cuando mi mamá me hace algún cariño, por ejemplo un abrazo, me siento cohibida, tiesa, como que no acepto su abrazo y me siento mal. Sé que no debo ser así con ella pero es más fuerte este sentimiento que no me deja vivir en paz. Ayúdeme por favor”.
RESPUESTA
Apreciada amiga:
Muchas gracias por escribir, siento en el alma lo que has vivido y más aún el saber lo que significa no sólo en tu vida, sino en la vida de muchas personas que lamentablemente han pasado por esta situación tan traumática.
Abuso sexual infantil y la sociedad
El abuso sexual infantil es devastador para la vida de una persona. Cuando se es pequeño y esto ocurre, se produce un efecto definitivamente desolador en la integridad física, psicológica, emocional y espiritual del individuo.
Lamentablemente recién en los últimos años la sociedad ha reaccionado frente a un problema que durante siglos se vivió entre susurros y miradas cómplices. Nadie se atrevía a levantar la voz y hacer algo, se consideraba que debía quedar en la privacidad de la familia y de esa forma, se eternizaban los horrores y se magnificaba el sufrimiento, haciendo, que de un modo u otro, los ciclos de violencia no se acabaran.
Sin embargo, el que la sociedad actual esté más sensible frente al tema, no significa necesariamente que han entendido la gravedad del asunto y la complejidad del problema.
El número de casos ha aumentado exponencialmente, pero no porque en el pasado existiera menos el problema, sino porque existe menos tolerancia social al abuso y hay mucha más gente dispuesta a denunciarlo y enfrentarlo.
En un estudio realizado el año 2000 en Estados Unidos aplicado en 34 de los 50 estados, se reportó que al menos el 10% de la población infantil había sido víctima de violencia sexual. Las estadísticas de otros países no son muy lejanas a esa cifra, y si se considera que no todos los casos denunciados son los que realmente ocurren hay una cifra negra, de muchos que nunca denunciarán el problema.
Lamentablemente muchas personas tienden a minimizar el problema y a creer, erróneamente, que por una parte si son muy pequeños no le quedan traumas al niño, y que a medida que crecen y se convierten en adultos, tienden a olvidar lo que les ha ocurrido. Craso error, la memoria traumática tiene la particularidad de seguir, a veces, toda la vida, y con secuelas de sensaciones que de no tratarse tienden a mantener a la víctima constantemente atada a su victimario.
Abuso y estrés post traumático
El estrés post traumático es una de las secuelas del abuso infantil, que tiende a perdurar en el tiempo. Se han encontrado personas que tienen los efectos del SPT hasta por 40 años.
El estrés post traumático es mayor en personas que no recibieron ayuda a tiempo o que simplemente nunca fueron tratadas por especialistas en el tema.
Es un error creer que las víctimas de abuso están capacitadas para superar solas los efectos del abuso que han sufrido.
Una de las consecuencias a largo plazo del abuso es el miedo constante, no sólo a verse expuestas a tener que revelar lo que han vivido, sino además, el temor a verse expuestas a una situación donde se mezclan la vergüenza y el repudio. Muchos abusadores hacen sentir a sus víctimas que de algún modo ellas son culpables de la situación porque los provocan o están en el lugar incorrecto en el momento inadecuado. Otros abusadores, suelen valerse de amenazas o manipulaciones para que sus víctimas no revelen sus sórdidas prácticas. Muchos niños y niñas abusados suelen esconder su trauma por años, incluso hasta llegar a edad adulta.
Otro problema, es que los niños no alcanzan a verbalizar exactamente lo que les ocurre, por lo que suelen tener otros síntomas que los adultos con los que interactúan no suelen ver o simplemente, no le dan importancia, porque carecen de formación en el tema.
Niños y abuso
Todos los estudios de abuso sexual muestran que los depredadores sexuales en la mayoría de los casos, son personas del ámbito familiar del niño: familiares directos, amigos adultos de los padres, personal de colegios, iglesias o ambientes donde participan cotidianamente los niños, vecinos o personas conocidas. Para que el abuso se establezca se debe dar una dinámica donde el niño conozca a las personas que les abusarán, de otro modo, sería muy difícil para el abusador acercarse.
D. Filkenhor,[1] señala en un estudio sobre el problema publicado el año 1986, que los abusadores aprovechan la falta de supervisión de los menores para iniciar el contacto, en ese sentido, los adultos que rodean al niño, en muchos casos son culpables por omisión o negligencia, por no haber tomado todas las precauciones para evitar que se de esta situación. Sin embargo, en el caso de las madres, difícilmente una madre desconfiará de su esposo, padre de sus hijos, de que sea causante de abuso, a menos que vea situaciones flagrantes y no haga nada al respecto, en ese caso se convierte en cómplice. Lamentablemente, por las estadísticas se sabe que el lugar donde el niño se ve más expuesto al abuso es en su propio hogar, paradojalmente, el lugar donde debería estar más seguro.
Los hogares con mayor riesgo es donde las estructuras familiares están en caos producto de desavenencias familiares, que se expresa en conflictos entre padres e hijos, y especialmente en las figuras parentales.
Otras condiciones que hacen proclive el abuso son el maltrato infantil, el abuso de sustancias adictivas, carencia de reglas y normas al interior del núcleo familiar, que pueden en conjunto, afectar también el sano desarrollo de los niños.
Algunos estudios muestran que en los hogares donde hay abuso sexual infantil se dan algunas condiciones como problemas de comunicación, lo que hace propicio el abuso, porque el niño no tiene la confianza para acercarse a un adulto para contarle lo que le está pasando. Otra situación es la carencia de proximidad emocional que hace que el niño se sienta aislado y sin recursos afectivos para solicitar ayuda, carencia de flexibilidad, que propician figuras autoritarias, que lamentablemente, suelen recurrir a esa misma figura para perpetrar el abuso, y el aislamiento social, puesto que mientras más aislada esté la familia de contactos sociales positivos, más posibilidades existen para que se produzca una situación de abuso.
Por otro lado, las estadísticas muestran que hay más tasas de incidencia de abuso entre niñas más que entre varones, lo que no significa que sea menos dañino ni traumático para un varón. En el caso de incesto los números se disparan mostrando que al menos el 88% de las víctimas de abuso sexual por familiares directos son niñas.[2]
Respuesta femenina y masculina frente al abuso
Los investigadores han encontrado que las respuestas hacia el abuso suelen tener matices diferentes entre varones y mujeres.
En las mujeres se observa mayor sintomatología que afecta el desarrollo emocional como conductas de interiorización (tristeza, abatimiento emocional, aislamiento, miedo o ansiedad) y en los hombres mayores síntomas que interfieren en dificultades de comportamiento o conductas de exteriorización (por ejemplo las adicciones, desafío de autoridad, destructividad).
Cuando se conocen estas diferencias es posible analizar que el comportamiento de las madres que han sido víctimas de abuso sexual en su infancia manifiesta ansiedad frente a la forma de educar a sus hijos, frente al rol ejercido en el núcleo familiar, algunas reviven sus síntomas proyectando emociones ambivalentes, sintiéndose perjudicadas con una alta carencia de habilidades interpersonales. Eso inhibe la posibilidad de que muchas madres, que han sido abusadas, logren poner freno adecuado al abuso de sus propios hijos, en cierto modo, paralizadas por lo que ellas mismas han vivido. De allí que algunos investigadores como M. Leifer y sus colaboradores[3] en el año 2004 han encontrado una incidencia alarmante entre madres abusadas en su niñez, con hijos abusados. Los investigadores descubrieron “que madres de niños abusados reportaron mayores historias de abuso en la infancia, relaciones menos positivas con sus madres, presencia de múltiples padrastros o compañeros sexuales de sus madres y mayor presencia de violencia doméstica que las madres de niños no abusados”, eso podría explicar en parte, la poca o nula respuesta de tu madre frente a la situación que has vivido.
La respuesta de las madres frente al abuso sexual de sus hijos/as
En un estudio realizado en Colombia, el año 2009,[4] se estudió la respuesta de las madres al abuso sexual de sus hijas/os, los resultados mostraron que:
El ideal que se le suele asignar a la madre es de protectora de los hijos, y por esa razón se tiende a culpabilizar a la madre por los casos de incesto, por no haber protegido suficientemente a sus hijos. Sin embargo, señalan los investigadores, esa acusación culpabilizadora, tiende a pasar por alto otros factores que no están al alcance de la madre que tiene que ver con la clandestinidad del abuso y el silencio en el que se produce, a menudo, sin que los niños reaccionen o denuncien.
En el caso de la madre, cuando un hijo o hija es abusado, por el padre o padrastro, ante los ojos de la sociedad se pone en tela de juicio su rol como protectora, algo que también hacen los propios afectados, sin considerar otros factores que podrían incidir en la respuesta que la madre da.
La mayoría de las madres que de pronto se ven expuestas al abuso sexual de sus hijas por parte de un familiar cercano, reaccionan con una mezcla de indignación, vergüenza y culpa, en la mayoría prevalece la sensación de culpa.
Es un error que el abuso sexual sólo afecta a la niña o niño involucrado, es algo que afecta a todo el sistema familiar, madre, hermanos, y otros parientes que de pronto se ven expuestos a una situación traumatizante que provoca diferentes efectos en todo el ámbito familiar.
El estudio de Colombia reveló que la mayoría de las madres de niños/as abusadas vienen a su vez de hogares donde existió el mismo problema, lo que las llenaba de terror, angustia y la repetición emocional del hecho traumático. Del mismo modo, los estudios han mostrado una alta relación entre abuso sexual y el abuso sexual que habrían sufrido a su vez los agresores.
Tal como dice el dicho, la ocasión hace al ladrón, la mayoría de los abusos ocurren en hogares donde las madres tienen que trabajar, lo que implica vivir de allegadas o salir largas jornadas de su hogar, dejando a sus hijas e hijos al cuidado de familiares u otras personas cercanas, lo que en muchos sentidos crea las condiciones para el abuso. Eso no significa que en otros hogares donde no se da el fenómeno de la ausencia de la madre no ocurran este tipo de situaciones, pero la incidencia es menor.
Creo que es necesario que tengas una conversación muy profunda con tu madre, para indagar su propia historia familiar, para encontrar las claves por las que ella actuó de la manera en que lo hizo. Es probable que tenga muchos conflictos de culpa, y las muestras de cariño hacia ti, son su manera de expresar el dolor que siente. Pero, eso debe ser verbalizado, o de otra forma no sirve. Lo mejor sería que dicha conversación sea mediada por algún especialista que pueda guiarlas para que el diálogo sea emocional y afectivamente productivo.
Perdón y resiliencia
Existe el mito de que se debe perdonar siempre, sin condiciones y de manera unilateral. No es necesariamente así. El perdón se procesa, y el proceso puede llevar años, tal como lo muestra el libro de Vinka Jackson, Agua fresca en los espejos, una psicóloga chilena, que cuenta de manera autobiográfica y también terapéutica, su propia experiencia de abuso a manos de su propio padre. A ella le llevó quince años de terapias poder poner un punto final a su trauma. Ella se ha convertido en una de las figuras más representativas de Chile para la prevención y tratamiento del abuso sexual infantil, su libro debe ser lectura obligatoria de víctimas y padres.
Para que una persona se convierta en resiliente debe recibir ayuda, no recibirla, la expone a múltiples problemas que no se resuelven solos.
El perdón, nunca debería ser obligado o presionado, sino una respuesta personal a una situación personal, de proceso individual que llegará a su debido tiempo.
Desde la perspectiva del cristianismo el perdón debe ser producto de un proceso donde actúa Dios como un agente milagroso que cura heridas, pero eso no significa que el proceso sea más fácil.
Lamentablemente, el que la sexualidad en general sea un tabú en la mayoría de las congregaciones cristianas no facilita el problema, porque se tiende a esconder el problema y no tratar adecuadamente a las víctimas, pidiéndoles, cuando no están preparadas a que perdonen, y por otro lado, tendiendo a esconder el problema, especialmente cuando los agresores son miembros de la congregación por miedo a que se manche la imagen de la congregación, sin darse cuenta, que no hacer nada o esconder el problema, genera más problemas de confianza hacia la congregación.
Abuso sexual y la historia del samaritano
Jesús contó la historia de un buen samaritano que sin tener ningún tipo de relación con una víctima asistió, ayudó y acompañó a una persona herida en el camino por asaltantes.
Tomando esta analogía diremos que cuando hay abuso sexual infantil, no sólo se ve afectado el niño o niña, sino todo el núcleo familiar, que ve que todo su sistema se desmorona y de pronto tienen que hacer frente a algo, que a menudo, descoloca toda su vida.
Por lo tanto, los heridos con el incesto y el abuso sexual infantil, son muchos. La actitud cristiana debe ser no de acusación, ni de sospecha, ni de estigmatización, sino lo mismo que hizo el buen samaritano, detenerse, ayudar, colaborar con lo que se tiene y no simplemente, ser espectadores que pasan. Ya hay muchos que sólo miran y no hacen nada, es hora de actuar, de dejar de ser espectadores y colaborar.
Una forma de hacerlo es simplemente, manteniendo las líneas de comunicación abierta, para ser oidores del dolor de las víctimas. Si no nos sentimos en condiciones de hacerlo, entonces, podemos ayudar derivando y acompañando a la víctima donde personas capacitadas que pueden guiar.
Las personas abusadas a menudo enfrentan serios conflictos espirituales con preguntas que están presentes en su vida y no lo pueden evitar. ¿Dónde estaba Dios cuando esto me pasó? ¿Por qué si yo oré no pasó nada? ¿Cómo puedo confiar en alguien si el que abusó de mi era una persona de la iglesia?, etc., etc. Allí es donde la congregación debe convertirse en un comunidad cristiana samaritana, para proteger, cuidar, amar, y acompañar a las víctimas, para que su fe no decaiga y puedan seguir confiando que Dios nunca nos abandona.
Hay un versículo en la Biblia que expresa todo el dolor y sufrimiento de las víctimas, está en el Salmo 55: 12-14:
Conclusión
Querida amiga, espero que busques ayuda profesional, para ser guiada para entablar una nueva relación con tu madre, que seguramente ha sufrido tanto como tú.
Necesitas ayuda para superar este trauma que te acompaña, para que si te conviertes en madre, puedas ser una ayuda y no alguien que por su propio conflicto interior sea un escollo en el desarrollo de sus hijos.
Confío en que no dejes de confiar en Dios, quien nunca nos abandona, aun cuando se ve imposibilitado de actuar en los casos en que está en juego la libertad humana.
Dios es amor, él nunca nos abandona. Ojalá lo entiendas y en el proceso de curación seas plenamente restaurada.
“Quisiera que me ayude con sus consejos. Cuando era niña fui abusada por más de una persona, lamentablemente uno de ellos fue mi propio padre. Quedé huérfana de padre a los 7 años. Me sentí liberada pero no puedo evitar que vengan recuerdos. En muchos momentos me lleno de cólera o no sé si decirle odio hacia mi padre y también a mi mamá por no haberme cuidado de manera adecuada. Tengo 33 años y no puedo superarlo, he tratado pero no puedo. No tengo una buena relación con mi mamá, lo he conversado con ella. Cuando mi mamá me hace algún cariño, por ejemplo un abrazo, me siento cohibida, tiesa, como que no acepto su abrazo y me siento mal. Sé que no debo ser así con ella pero es más fuerte este sentimiento que no me deja vivir en paz. Ayúdeme por favor”.
RESPUESTA
Apreciada amiga:
Muchas gracias por escribir, siento en el alma lo que has vivido y más aún el saber lo que significa no sólo en tu vida, sino en la vida de muchas personas que lamentablemente han pasado por esta situación tan traumática.
Abuso sexual infantil y la sociedad
El abuso sexual infantil es devastador para la vida de una persona. Cuando se es pequeño y esto ocurre, se produce un efecto definitivamente desolador en la integridad física, psicológica, emocional y espiritual del individuo.
Lamentablemente recién en los últimos años la sociedad ha reaccionado frente a un problema que durante siglos se vivió entre susurros y miradas cómplices. Nadie se atrevía a levantar la voz y hacer algo, se consideraba que debía quedar en la privacidad de la familia y de esa forma, se eternizaban los horrores y se magnificaba el sufrimiento, haciendo, que de un modo u otro, los ciclos de violencia no se acabaran.
Sin embargo, el que la sociedad actual esté más sensible frente al tema, no significa necesariamente que han entendido la gravedad del asunto y la complejidad del problema.
El número de casos ha aumentado exponencialmente, pero no porque en el pasado existiera menos el problema, sino porque existe menos tolerancia social al abuso y hay mucha más gente dispuesta a denunciarlo y enfrentarlo.
En un estudio realizado el año 2000 en Estados Unidos aplicado en 34 de los 50 estados, se reportó que al menos el 10% de la población infantil había sido víctima de violencia sexual. Las estadísticas de otros países no son muy lejanas a esa cifra, y si se considera que no todos los casos denunciados son los que realmente ocurren hay una cifra negra, de muchos que nunca denunciarán el problema.
Lamentablemente muchas personas tienden a minimizar el problema y a creer, erróneamente, que por una parte si son muy pequeños no le quedan traumas al niño, y que a medida que crecen y se convierten en adultos, tienden a olvidar lo que les ha ocurrido. Craso error, la memoria traumática tiene la particularidad de seguir, a veces, toda la vida, y con secuelas de sensaciones que de no tratarse tienden a mantener a la víctima constantemente atada a su victimario.
Abuso y estrés post traumático
El estrés post traumático es una de las secuelas del abuso infantil, que tiende a perdurar en el tiempo. Se han encontrado personas que tienen los efectos del SPT hasta por 40 años.
El estrés post traumático es mayor en personas que no recibieron ayuda a tiempo o que simplemente nunca fueron tratadas por especialistas en el tema.
Es un error creer que las víctimas de abuso están capacitadas para superar solas los efectos del abuso que han sufrido.
Una de las consecuencias a largo plazo del abuso es el miedo constante, no sólo a verse expuestas a tener que revelar lo que han vivido, sino además, el temor a verse expuestas a una situación donde se mezclan la vergüenza y el repudio. Muchos abusadores hacen sentir a sus víctimas que de algún modo ellas son culpables de la situación porque los provocan o están en el lugar incorrecto en el momento inadecuado. Otros abusadores, suelen valerse de amenazas o manipulaciones para que sus víctimas no revelen sus sórdidas prácticas. Muchos niños y niñas abusados suelen esconder su trauma por años, incluso hasta llegar a edad adulta.
Otro problema, es que los niños no alcanzan a verbalizar exactamente lo que les ocurre, por lo que suelen tener otros síntomas que los adultos con los que interactúan no suelen ver o simplemente, no le dan importancia, porque carecen de formación en el tema.
Niños y abuso
Todos los estudios de abuso sexual muestran que los depredadores sexuales en la mayoría de los casos, son personas del ámbito familiar del niño: familiares directos, amigos adultos de los padres, personal de colegios, iglesias o ambientes donde participan cotidianamente los niños, vecinos o personas conocidas. Para que el abuso se establezca se debe dar una dinámica donde el niño conozca a las personas que les abusarán, de otro modo, sería muy difícil para el abusador acercarse.
D. Filkenhor,[1] señala en un estudio sobre el problema publicado el año 1986, que los abusadores aprovechan la falta de supervisión de los menores para iniciar el contacto, en ese sentido, los adultos que rodean al niño, en muchos casos son culpables por omisión o negligencia, por no haber tomado todas las precauciones para evitar que se de esta situación. Sin embargo, en el caso de las madres, difícilmente una madre desconfiará de su esposo, padre de sus hijos, de que sea causante de abuso, a menos que vea situaciones flagrantes y no haga nada al respecto, en ese caso se convierte en cómplice. Lamentablemente, por las estadísticas se sabe que el lugar donde el niño se ve más expuesto al abuso es en su propio hogar, paradojalmente, el lugar donde debería estar más seguro.
Los hogares con mayor riesgo es donde las estructuras familiares están en caos producto de desavenencias familiares, que se expresa en conflictos entre padres e hijos, y especialmente en las figuras parentales.
Otras condiciones que hacen proclive el abuso son el maltrato infantil, el abuso de sustancias adictivas, carencia de reglas y normas al interior del núcleo familiar, que pueden en conjunto, afectar también el sano desarrollo de los niños.
Algunos estudios muestran que en los hogares donde hay abuso sexual infantil se dan algunas condiciones como problemas de comunicación, lo que hace propicio el abuso, porque el niño no tiene la confianza para acercarse a un adulto para contarle lo que le está pasando. Otra situación es la carencia de proximidad emocional que hace que el niño se sienta aislado y sin recursos afectivos para solicitar ayuda, carencia de flexibilidad, que propician figuras autoritarias, que lamentablemente, suelen recurrir a esa misma figura para perpetrar el abuso, y el aislamiento social, puesto que mientras más aislada esté la familia de contactos sociales positivos, más posibilidades existen para que se produzca una situación de abuso.
Por otro lado, las estadísticas muestran que hay más tasas de incidencia de abuso entre niñas más que entre varones, lo que no significa que sea menos dañino ni traumático para un varón. En el caso de incesto los números se disparan mostrando que al menos el 88% de las víctimas de abuso sexual por familiares directos son niñas.[2]
Respuesta femenina y masculina frente al abuso
Los investigadores han encontrado que las respuestas hacia el abuso suelen tener matices diferentes entre varones y mujeres.
En las mujeres se observa mayor sintomatología que afecta el desarrollo emocional como conductas de interiorización (tristeza, abatimiento emocional, aislamiento, miedo o ansiedad) y en los hombres mayores síntomas que interfieren en dificultades de comportamiento o conductas de exteriorización (por ejemplo las adicciones, desafío de autoridad, destructividad).
Cuando se conocen estas diferencias es posible analizar que el comportamiento de las madres que han sido víctimas de abuso sexual en su infancia manifiesta ansiedad frente a la forma de educar a sus hijos, frente al rol ejercido en el núcleo familiar, algunas reviven sus síntomas proyectando emociones ambivalentes, sintiéndose perjudicadas con una alta carencia de habilidades interpersonales. Eso inhibe la posibilidad de que muchas madres, que han sido abusadas, logren poner freno adecuado al abuso de sus propios hijos, en cierto modo, paralizadas por lo que ellas mismas han vivido. De allí que algunos investigadores como M. Leifer y sus colaboradores[3] en el año 2004 han encontrado una incidencia alarmante entre madres abusadas en su niñez, con hijos abusados. Los investigadores descubrieron “que madres de niños abusados reportaron mayores historias de abuso en la infancia, relaciones menos positivas con sus madres, presencia de múltiples padrastros o compañeros sexuales de sus madres y mayor presencia de violencia doméstica que las madres de niños no abusados”, eso podría explicar en parte, la poca o nula respuesta de tu madre frente a la situación que has vivido.
La respuesta de las madres frente al abuso sexual de sus hijos/as
En un estudio realizado en Colombia, el año 2009,[4] se estudió la respuesta de las madres al abuso sexual de sus hijas/os, los resultados mostraron que:
El ideal que se le suele asignar a la madre es de protectora de los hijos, y por esa razón se tiende a culpabilizar a la madre por los casos de incesto, por no haber protegido suficientemente a sus hijos. Sin embargo, señalan los investigadores, esa acusación culpabilizadora, tiende a pasar por alto otros factores que no están al alcance de la madre que tiene que ver con la clandestinidad del abuso y el silencio en el que se produce, a menudo, sin que los niños reaccionen o denuncien.
En el caso de la madre, cuando un hijo o hija es abusado, por el padre o padrastro, ante los ojos de la sociedad se pone en tela de juicio su rol como protectora, algo que también hacen los propios afectados, sin considerar otros factores que podrían incidir en la respuesta que la madre da.
La mayoría de las madres que de pronto se ven expuestas al abuso sexual de sus hijas por parte de un familiar cercano, reaccionan con una mezcla de indignación, vergüenza y culpa, en la mayoría prevalece la sensación de culpa.
Es un error que el abuso sexual sólo afecta a la niña o niño involucrado, es algo que afecta a todo el sistema familiar, madre, hermanos, y otros parientes que de pronto se ven expuestos a una situación traumatizante que provoca diferentes efectos en todo el ámbito familiar.
El estudio de Colombia reveló que la mayoría de las madres de niños/as abusadas vienen a su vez de hogares donde existió el mismo problema, lo que las llenaba de terror, angustia y la repetición emocional del hecho traumático. Del mismo modo, los estudios han mostrado una alta relación entre abuso sexual y el abuso sexual que habrían sufrido a su vez los agresores.
Tal como dice el dicho, la ocasión hace al ladrón, la mayoría de los abusos ocurren en hogares donde las madres tienen que trabajar, lo que implica vivir de allegadas o salir largas jornadas de su hogar, dejando a sus hijas e hijos al cuidado de familiares u otras personas cercanas, lo que en muchos sentidos crea las condiciones para el abuso. Eso no significa que en otros hogares donde no se da el fenómeno de la ausencia de la madre no ocurran este tipo de situaciones, pero la incidencia es menor.
Creo que es necesario que tengas una conversación muy profunda con tu madre, para indagar su propia historia familiar, para encontrar las claves por las que ella actuó de la manera en que lo hizo. Es probable que tenga muchos conflictos de culpa, y las muestras de cariño hacia ti, son su manera de expresar el dolor que siente. Pero, eso debe ser verbalizado, o de otra forma no sirve. Lo mejor sería que dicha conversación sea mediada por algún especialista que pueda guiarlas para que el diálogo sea emocional y afectivamente productivo.
Perdón y resiliencia
Existe el mito de que se debe perdonar siempre, sin condiciones y de manera unilateral. No es necesariamente así. El perdón se procesa, y el proceso puede llevar años, tal como lo muestra el libro de Vinka Jackson, Agua fresca en los espejos, una psicóloga chilena, que cuenta de manera autobiográfica y también terapéutica, su propia experiencia de abuso a manos de su propio padre. A ella le llevó quince años de terapias poder poner un punto final a su trauma. Ella se ha convertido en una de las figuras más representativas de Chile para la prevención y tratamiento del abuso sexual infantil, su libro debe ser lectura obligatoria de víctimas y padres.
Para que una persona se convierta en resiliente debe recibir ayuda, no recibirla, la expone a múltiples problemas que no se resuelven solos.
El perdón, nunca debería ser obligado o presionado, sino una respuesta personal a una situación personal, de proceso individual que llegará a su debido tiempo.
Desde la perspectiva del cristianismo el perdón debe ser producto de un proceso donde actúa Dios como un agente milagroso que cura heridas, pero eso no significa que el proceso sea más fácil.
Lamentablemente, el que la sexualidad en general sea un tabú en la mayoría de las congregaciones cristianas no facilita el problema, porque se tiende a esconder el problema y no tratar adecuadamente a las víctimas, pidiéndoles, cuando no están preparadas a que perdonen, y por otro lado, tendiendo a esconder el problema, especialmente cuando los agresores son miembros de la congregación por miedo a que se manche la imagen de la congregación, sin darse cuenta, que no hacer nada o esconder el problema, genera más problemas de confianza hacia la congregación.
Abuso sexual y la historia del samaritano
Jesús contó la historia de un buen samaritano que sin tener ningún tipo de relación con una víctima asistió, ayudó y acompañó a una persona herida en el camino por asaltantes.
Tomando esta analogía diremos que cuando hay abuso sexual infantil, no sólo se ve afectado el niño o niña, sino todo el núcleo familiar, que ve que todo su sistema se desmorona y de pronto tienen que hacer frente a algo, que a menudo, descoloca toda su vida.
Por lo tanto, los heridos con el incesto y el abuso sexual infantil, son muchos. La actitud cristiana debe ser no de acusación, ni de sospecha, ni de estigmatización, sino lo mismo que hizo el buen samaritano, detenerse, ayudar, colaborar con lo que se tiene y no simplemente, ser espectadores que pasan. Ya hay muchos que sólo miran y no hacen nada, es hora de actuar, de dejar de ser espectadores y colaborar.
Una forma de hacerlo es simplemente, manteniendo las líneas de comunicación abierta, para ser oidores del dolor de las víctimas. Si no nos sentimos en condiciones de hacerlo, entonces, podemos ayudar derivando y acompañando a la víctima donde personas capacitadas que pueden guiar.
Las personas abusadas a menudo enfrentan serios conflictos espirituales con preguntas que están presentes en su vida y no lo pueden evitar. ¿Dónde estaba Dios cuando esto me pasó? ¿Por qué si yo oré no pasó nada? ¿Cómo puedo confiar en alguien si el que abusó de mi era una persona de la iglesia?, etc., etc. Allí es donde la congregación debe convertirse en un comunidad cristiana samaritana, para proteger, cuidar, amar, y acompañar a las víctimas, para que su fe no decaiga y puedan seguir confiando que Dios nunca nos abandona.
Hay un versículo en la Biblia que expresa todo el dolor y sufrimiento de las víctimas, está en el Salmo 55: 12-14:
“No me ha ofendido un enemigo, cosa que yo podría soportar; ni se ha alzado contra mí el que me odia, de quien yo podría esconderme. ¡Has sido tú, mi propio camarada, mi más íntimo amigo, con quien me reunía en el templo de Dios para conversar amigablemente, con quien caminaba entre la multitud!”.Las víctimas se sienten vulneradas, y con una carga doble, cuando el victimario ha sido alguien supuestamente llamado a acompañar y proteger, como es el padre.
Conclusión
Querida amiga, espero que busques ayuda profesional, para ser guiada para entablar una nueva relación con tu madre, que seguramente ha sufrido tanto como tú.
Necesitas ayuda para superar este trauma que te acompaña, para que si te conviertes en madre, puedas ser una ayuda y no alguien que por su propio conflicto interior sea un escollo en el desarrollo de sus hijos.
Confío en que no dejes de confiar en Dios, quien nunca nos abandona, aun cuando se ve imposibilitado de actuar en los casos en que está en juego la libertad humana.
Dios es amor, él nunca nos abandona. Ojalá lo entiendas y en el proceso de curación seas plenamente restaurada.
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Tal como en las otras respuestas, publicamos la misma con autorización de la persona involucrada. Sin embargo, quienes nos preguntan a través de nuestro blog, asumen la autorización explícita para publicar la respuesta en el mismo sitio.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
No se permite la publicación de este material sin la previa autorización del autor.
[1] D. Finkelhor, “Sexual Abuse: Beyond the family systems
approach”. En: Trepper TS, Barrett MJ (ed). Treating incest. A multiple systems
perspective (Binghamton, The Haworth Press, 1986).
[2] MI. Castillo MI. “El incesto, más allá de lo social.
Dictámenes sexológicos”. Forensis (2005):152-177.
[3] M. Leifer, T. Kilbane, T. Jacobsen y G. Grossman. “A three-generational
study of transmission of risk for sexual abuse”. Journal Clinical Child Adolescent Psychology 33: (2004): 662-672.
[4] María Quiroz y Fernando Peñaranda. "Significados y respuestas de las madres al abuso sexual de sus hijas(os)". Revista latinoamericana de ciencias, niñez y juventud 7/2 (2009): 1027-1053.
[4] María Quiroz y Fernando Peñaranda. "Significados y respuestas de las madres al abuso sexual de sus hijas(os)". Revista latinoamericana de ciencias, niñez y juventud 7/2 (2009): 1027-1053.
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