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¿Cómo seguir en pareja cuando tenemos ideas tan distintas?





Nota aparte:


Todos los días recibo preguntas para ser contestadas en el blog. Habitualmente contesto una por semana, por razones obvias, tengo mucho que hacer, y contestar me lleva una buena cantidad de tiempo. Tomo esto con la mayor seriedad del mundo. Digo esto, porque esta semana tres personas me han escrito enojadas porque no he contestado sus preguntas. El criterio que sigo a la hora de contestar es elegir una pregunta que sea repetitiva, es decir, que hayan efectuado también otras personas, lo que me da una idea de que es un problema común; contestar algo que sea pertinente (algunas preguntas son incontestables, para cualquiera); elegir una pregunta que sirva de respuesta para el mayor número de personas posible; escoger una pregunta que realmente tenga una posible respuesta; y, finalmente, contestar sólo aquello en lo que tenga experiencia y contenido, no podría dar respuesta a ámbitos en lo que no me considero competente.

En el contexto anterior, esta semana he estado pensando toda la semana cómo contestar lo que voy a responder ahora. Le he dado muchas vueltas en mi cabeza. La razón, es que recibí dos cartas, desde perspectivas distintas, pero con la misma problemática. Una escrita por un joven y otra por una señorita. La duda de contestarla es porque no tengo la menor idea si los que escriben son novios entre sí, o novios de otras personas. Si es lo primero, tengo miedo de confrontarlos, si es lo segundo, el temor es que el que no escribió se sienta confrontado. Finalmente, luego de darle muchas vueltas, decidí publicar ambas preguntas, para que se tenga la perspectiva de ambos lados. Si son novios entre sí, sería una bendita coincidencia, porque ninguno sabe en el momento de escribir que me están escribiendo de lo mismo, lo que sería una bendición, porque ambos están buscando ayuda, y pedir ayuda, siempre es la mitad de la solución. Si no son novios entre sí, al menos, sabrán que otras personas pasan por situaciones similares. Contestaré ambas cartas al mismo tiempo, intercalando frases de cada una de ellas para que mis lectores no se pierdan en la argumentación.

Aquí pueden leer las cartas, ambas íntegras, a las que se le han quitado como siempre, datos personales que pudieran exponer a los autores, y se han corregido, como es habitual, faltas ortográficas y de redacción (vicio de escritor).

***


“Sufrimos más por nuestras opiniones que por los acontecimientos mismos” (Séneca)


Pregunta él

“Estoy de novio hace algunos meses y hemos tenido confrontaciones de pensamiento, en especial, del ámbito espiritual. En los últimos años, en base a estudio, he cambiado mucho mis creencias llegando a discrepar en muchos puntos con las personas de mi iglesia. Hace algunas semanas atrás discutimos con mi novia por un asunto doctrinal en el que se enteró que discrepo mucho y marcó un quiebre en la relación. Un par de días atrás una discusión por un suceso externo a nosotros me llevó a pensar en discusiones anteriores en especial la que marcó nuestra mayor diferencia. La verdad es que no me siento muy bien cuando confrontamos ideas. Al punto de evitar tocar ciertos temas que sé que son controversiales con el fin de ahorrarme el momento. Noto que a ella le pone muy mal cuando discrepamos, en especial en lo espiritual. Estoy empezando a creer que ella no va a ser feliz conmigo porque veo el miedo y rechazo en su cara cada vez que se entera de alguna de mis discrepancias. Creo que en ese punto de quiebre deberíamos coincidir porque involucra la escénica misma de Dios e influye en la crianza de los hijos. A mí personalmente no me interesa mucho coincidir en ciertas cosas, pero acepto su deseo. Creo que ella podría ser más feliz con alguien con un pensamiento más cercano. He llegado a la triste conclusión de que quizá sería mejor seguir cada uno por su lado. Pero me duele mucho porque la amo. ¿Será una mala decisión?”.

Pregunta ella

“Hace un tiempo conocí a una persona muy hermosa.  Nos llevábamos muy bien y me demostró su amor, su respeto y escucha en cada momento que estuvimos juntos. A medida que pasó el tiempo, mientras lo conocía me di cuenta de que hay cosas que no concordábamos, por ejemplo: el diezmo (el cree que no es necesario entregarlo a la iglesia), la alimentación (soy vegetariana), la independencia (todavía no quiere irse de su casa, se está por graduar en la universidad), la oración (Él cree que Dios ya sabe y hace todo, no hace falta pedir, contarle, etc.). Cosas así que, si bien me hacían ruido, entendía que estábamos en un proceso de crecimiento constante y juntos nos podíamos llegar a entender. Él es muy noble, me escucha y podemos hablar. Hace algunas semanas me dijo que había estudiado el tema del Espíritu Santo y piensa que es una energía, entre otras ideas. Se me rompió el corazón, es como que me haya dicho que Jesús es un profeta y no parte de la divinidad. Estudiamos algunos textos y la verdad es que no puedo entender como los saca de contexto. Hace unos días me llamó y me dijo que no podíamos seguir juntos porque no íbamos a poder ser felices con diferentes maneras de mirar a Dios. Estoy muy triste, sin saber cómo seguir. ¿Será que es una bendición para ambos el no continuar?”

Respuesta

Queridos amigos:

Mi primera reacción a su carta fue ponerme triste. Ambos, representan uno de los aspectos más difíciles de entender de la religión, esa que divide y no une. La religiosidad tóxica que crea enemigos y no busca puntos de contacto o conexión. Eso me entristece, desde hace mucho tiempo, y creo que ustedes son la punta del iceberg que se esconde detrás de muchas congregaciones y creyentes, la dificultad para dialogar sin llegar a consensos o entender que lo más importante no es la diferencia sino los puntos de conexión, que es evidente, en su relación no lo están encontrando.

Sin embargo, también me pone triste el entender que están cometiendo el peor error de su vida. Ambos, tú varón, porque amas y aun así no estás dispuesto a luchar por el amor; y tú, dama, por creer absurdamente que tener pareja es encontrar a alguien que piense de manera similar a ti, especialmente, en religión.

Han encontrado, ambos, lo más difícil de la vida: Alguien a quien amar y una persona que los ame, pero, están poniendo todo en riesgo simplemente, porque no han aprendido a dialogar, discrepar y vivir en paz, aún con ideas diferentes. ¿Qué quieren? ¿Un clon de sí mismos?

La difícil tarea de pensar

Una de las empresas más difíciles que le toca aprender a resolver al ser humano es pensar. La mayoría de las personas simplemente repite, y, además, muchos lo hacen mal al sacar fuera de contexto ideas que no tienen validez, pero, aun así, las dicen con la convicción de que están diciendo una verdad tremenda, cuando no son más que ideas comunes y opiniones sesgadas.

Nos cuesta enormemente pensar con criterio propio y, además, aceptar que las otras personas también tienen derecho a pensar, con las limitaciones propias de cada cual.

Pensar es un arte, que no es dominado por la mayoría de las personas. Es un ejercicio que exige ser analítico, crítico y, además, ser capaz de crear su propio pensamiento, y es en esta última parte donde fallamos más a menudo, porque llegamos a creer que si una idea es propia no es válida, y de esa forma, también le negamos a otros la posibilidad de desarrollar sus propias ideas.

Hace algunos días critiqué en las redes sociales el que pusieran una página de un libro que es netamente sexista, con estereotipos que son parte del folklore cultural cotidiano donde se supone que las mujeres y los varones somos de una determinada manera fija, lo que a menudo no es más que categorizar en estereotipos sesgados de la realidad. La persona que había puesto el post me escribió diciendo:

—¿Cómo puede criticar un libro que es sugerido por un experto en relaciones familiares?

Mi reacción fue preguntarme ¿por qué no? ¿Alguien tiene el monopolio del pensamiento? ¿Alguien —fuera de Dios— es dueño de la verdad?

En lógica la reacción de esta dama se llama “falacia ad verecundiam”, una expresión latina que alude a la “apelación a la autoridad”, es decir, creer que algo es verdad o falso sólo porque lo sostiene una persona experta. Eso es falaz. También los expertos nos equivocamos. Cada persona debería ser capaz de analizar por sí mismo y determinar, en lo que es su área de competencia, que es verdad y qué es falso.

Lo último que he dicho es fundamental. “Área de competencia”. Nunca me atrevería a hacer un análisis de un compuesto químico porque no es mi especialidad; ni decirle a un astrónomo que sus cálculos están equivocados, porque no tengo ninguna experticia en astronomía; ni hablar sobre temas en los que no tengo experiencia ni estoy capacitado.

Lamentablemente, estamos en la época de la “post verdad”, donde cada persona se siente con el derecho a determinar qué es y qué no es verdad. De esa forma, dejan de estudiar y todo se convierte en opinología. Los opinólogos han aumentado de manera exponencial. El acceso a la información (la mayor parte de mala calidad) que ofrece Internet, ha hecho que muchos supongan que “saben”. Cuando en realidad, está probado que la mayor parte de las informaciones que se transmiten por internet o son falsas, o exageraciones o conceptos tomados fuera de contexto. En esto concuerdo con el filósofo italiano Vincenzo Gioberti: “La opinión es la enemiga directa de la verdad”. Especialmente cuando se afirma como absoluta y no examinable.

Pero a la vez, el mundo en el que vivimos aunque ha aumentado la cantidad de información y el acceso a ella, ha llevado a miles de personas a convertirse en censores del pensamiento ajeno. En internet abundan los Trolls, personas que se arrogan el derecho a ridiculizar, denostar, humillar y maltratar a quienes tienen ideas diferentes a ellos. Lamentablemente, como vivimos en una “aldea global”, como diría Marshall McLuhan,[1] todos terminamos afectados por ese sensacionalismo de creer que si alguien piensa distinto a mi es mi enemigo o una persona de la cual hay que sospechar, actitud que abunda en muchas congregaciones religiosas.

Me temo que, especialmente ella, esté afectada por este tipo de actitudes. ¿Por qué deberías sospechar de alguien que por conciencia cree que el diezmo no debe ser dado a la iglesia? Es un asunto que debe resolver por sí mismo y no porque tú o alguien lo disuada o amenace con las penas del infierno. Dios nunca hace eso y lamentablemente, se utilizan textos fuera de contexto para denostar a quienes creen distinto.

Si él no cree en el Espíritu Santo, o al menos, en la manera en que ella lo cree, ¿qué? ¿En qué parte de la Biblia dice que una persona se salva por creer en el Espíritu Santo? La última vez que leí la Escritura decía: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él [es decir, Jesús], no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Si leo bien, la condición es creer en Cristo. Más aún, si alguien, como tu novio, no creyera, la manera de atraerlo a Jesús no es con acusaciones, o asombrándose, sino mostrándole con amor lo que significa creer en Jesús. No es tarea nuestra hacer que la gente crea de una determinada manera o no, sino mostrarles en acción lo que implica seguir a Cristo, y luego permitir que el Espíritu Santo obre en sus vidas (sin importar que idea tengan del Espíritu Santo).

En esto solemos olvidar el significado de la libertad cristiana, tal como lo expresa Pablo: “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad” (Gálatas 5:1). Cuando olvidamos eso nos convertimos en intolerantes y cargamos al cristianismo de un estigma que valida lo que muchos piensan de los cristianos como gente cerrada y sin capacidad de análisis ni diálogo. Como señala el filósofo y matemático inglés Bertrand Russel: “La intolerancia que se extendió por el mundo con el advenimiento del cristianismo es uno de los aspectos más extraños”[2] del cristianismo. ¡Y claro! Niega totalmente lo que Jesús fue y dijo. Cada día me pregunto si Cristo se sentiría identificado con los cristianos que lo “defienden” en las redes sociales y en la vida cotidiana.

El teólogo católico Hans Küng señala acertadamente que la libertad cristiana se caracteriza por estar plena de “generosidad, tolerancia, equilibrio, serenidad, naturalidad, humor, fortaleza, confianza en sí mismo, valor para pensar y para decidir, esperanza y alegría”.[3] Cuando esas características no están, entonces, es dable pensar que se está en un contexto de intolerancia.

Tolerancia positiva

Si bien es cierto muchos abusan de la expresión “tolerancia”, eso no significa que no tenga significado y que siga siendo importante.

Una relación de pareja, tal como la relación entre todos los seres humanos, se sustenta en la tolerancia. Sin ese valor incorporado en la acción cotidiana terminaríamos en la Edad de Piedra.

El Diccionario de la Real Lengua Española define la tolerancia como el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. La palabra clave aquí es “respeto”. Del latín “res-pere”, es decir, observar con cuidado, mirar con atención... estar atento al otro. No puedes respetar a alguien que no conoces. Al contrario, es una falta de respeto el que pretendan que la otra persona piense de la misma forma como lo hacemos nosotros.

La tolerancia implica un ejercicio de paciencia y bondad. Paciencia, porque sin esa acción no es posible escuchar con atención, y bondad, porque para poder entender con claridad lo que otra persona nos quiere expresar se necesita una gran cantidad de bondad, es decir, una actitud de comprensión bondadosa hacia la perspectiva de otra persona.

No es posible ninguna relación de pareja sin un grado de tolerancia lo suficientemente efectiva como para aprender a vivir con las particularidades de otra persona, que no sólo pasan por la religión, sino por todos los aspectos de la vida.

Ambos, en un sentido u otro están demostrando poca tolerancia. Ella, la dama, porque es incapaz de entender que la religión y los matices no se imponen, de ninguna forma, ni Dios lo hace, ¿cómo podemos hacerlo nosotros? Él, el varón, porque en vez de quedarse a luchar, para aprender a vivir con una persona con criterios diferentes huye, de una forma que es cómoda, pero que no sirve, porque siempre se encontrará con gente que piensa diferente. Es imposible que encuentren un clon de sí mismos, y si por ventura sucediera, sería una relación tóxica, aburrida y sin desafíos.

Religión y tolerancia

La Biblia dice que tenemos que aprender a “soportar o sobrellevar” las cargas de otros (Gálatas 6:2), especialmente de quienes no nos gustan. ¡Qué desafío! ¿No? Porque ponerse de acuerdo con quien piensa igual a uno es un mero trámite. Lo difícil es encontrar puntos de contacto con quien piensa diferente. Pelear por religión no sólo es una mala comprensión de la fe, sino que implica que ambos, van por una vía un tanto enfermiza.

Si me dijeran que uno es cristiano y el otro es musulmán, probablemente, allí tendría reparos, porque las diferencias son tan grandes que estamos frente a situaciones difíciles de sortear, pero no imposibles, conozco un matrimonio donde él es musulmán y ella cristiana, viviendo en un país no musulmán (porque sería imposible esa fórmula en un contexto musulmán), que han aprendido a vivir juntos respetándose.

Pero ustedes son cristianos, sé por secciones de las cartas que suprimí, que son de la misma denominación. ¿Qué sentido tiene distanciarse? No aprender a vivir con las diferencias teológicas, es simplemente, un rasgo de inmadurez.

En 1 Corintios 13:7 Pablo dice que el amor “todo lo soporta”. No se trata de “soportar” en el sentido de “aguantar”, sino de “sostener”, y ser de apoyo. Porque eso hacen las parejas sanas, se apoyan mutuamente, y se respetan, sobre todo eso, porque han entendido que son diferentes, por lo tanto, entienden que no están en la vida del otro para cambiarlo, sino para aprender a vivir juntos en armonía.

En el mismo tenor la Biblia dice: “Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:16, 18). Esta última parte es crucial: “En tanto dependa de vosotros”, es decir, la iniciativa de la paz nace en ti. Si quieren discutir, distanciarse, enojarse o sentir que el otro está realmente mal porque no tiene los mismos pensamientos, entonces, no se está ejerciendo eso de “en tanto dependa de ti”.

Pablo agrega: “Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para la gloria de Dios” (Romanos 15:7). Si alguien dio lecciones de tolerancia fue Jesús. Con los únicos que mostró indignación y respondió de una manera drástica fue con los intolerantes de su tiempo, especialmente con los religiosos que creían que todos debían creer exactamente como ellos, o de otro modo, iban a ser rechazados por Dios, como si hubieran tenido una entrevista personal con la divinidad y les hubiera dado el mandato de ser intolerantes con los que no pensaran como ellos.

La Escritura establece claramente cómo los cristianos tienen que actuar los unos hacia los otros y hacia los de la fe: “Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Efesios 4:2). La última parte creo que hay muchos que simplemente no la han leído. No entienden o no quieren comprender que la fe no se vive de una sola manera. En el mismo tener Pablo agrega: “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).

Distanciarse de alguien, que pertenece a la misma fe, y que cree en el mismo Dios, es simplemente, una locura. Todo ser humano emocionalmente maduro puede aprender a interactuar con personas que piensan distinto. Aún, dentro de la misma fe. Jesús soportó a sus discípulos. Pero cuando no entendemos lo que significa la fe, especialmente en términos de salvación y gracia, caemos en conductas que son discriminatorias y faltas de sentido común.

Pablo, que vivió en una época donde pensar diferente, podría significar la muerte, señaló: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13). Es decir, tener la misma actitud de Jesús de aceptación frente a quienes pensaban diferente.

Lo mismo le señala a la comunidad cristiana de Galacia: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10). En otras palabras, con quienes más debemos ser cautos y hacer bien es con los de la misma fe, que son nuestra familia. ¿Cuánto más en una pareja?

La tolerancia implica respeto, e incluso protección a los derechos legítimos de pensar diferente que tienen las personas. Si no son capaces de respetarse ustedes, que dicen amarse, ¿cómo podrán hacerlo con otras personas?

Si no hubiera habido tolerancia los cristianos no habrían sido los defensores de la libertad en el contexto de la esclavitud; ni hubiera habido tantos cristianos involucrados en proteger a los judíos perseguidos por el nazismo; ni tantos creyentes de Jesús involucrados en el movimiento por los derechos civiles, no sólo en EE.UU., sino en diversos puntos de la tierra. Cuando olvidamos la esencia del respeto, entonces, pasamos de la tolerancia a la persecución y la desavenencia. Que eso se viva al interior de una pareja que se ama, es simplemente, algo extraordinariamente triste.

Cuando hay tolerancia existe la capacidad de escuchar y de aprender de las perspectivas distintas. Sin ese ejercicio de civilidad, los cristianos no podríamos predicar el evangelio, tener iglesias ni comunicar el mensaje a través de medios de comunicación masivos.

La tolerancia permite que podamos vivir de manera pacífica al lado de otros, pese a nuestras diferencias. Si no hubiera habido tolerancia en mi matrimonio, hace mucho rato que estaría divorciado. Mi esposa cree en muchas cosas que yo no creo, y viceversa.

Pablo señala acertadamente “seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). Los cristianos debemos ser los defensores de la paz y la concordia, no provocar reyertas, simplemente, porque otra persona piensa diferente a nosotros.

En el Antiguo Testamento se enseña que los creyentes deben ser buscadores de la paz (Salmo 34:14) y promotores de la misma (Proverbios 12:20).

Jesús habla de sus seguidores como “pacificadores” (Mateo 5:9) y los llama bienaventurados, es decir, gente feliz. Porque una persona amargada o poco flexible no puede ser pacificadora.

Para hacer todo esto no necesitamos sacrificar nuestros principios bíblicos, sino “en cuanto dependa de nosotros”, como dice Pablo “vivir en paz” con todos (Romanos 12:18).

Jesús fue capaz de hablar con una mujer samaritana, siendo judío; compartir la mesa con un traidor y ladrón, cobrador de impuestos como Zaqueo; estar junto a un hipócrita y fariseo como Simón; alabar la fe de una mujer cananea que adoraba a dioses paganos como Baal y no tuvo reparos en sanar a su hija.

La tolerancia “valora, respeta y acepta al individuo sin necesariamente aprobar o participar de sus creencias o modo de actuar. La tolerancia tradicional hace diferencia entre lo que una persona piensa o hace y la persona misma”.[4] La clave es que podemos aprender a vivir en paz, sin necesariamente participar de las creencias de otras personas. Esto es mucho más factible entre personas que dicen amarse, cuando realmente tienen voluntad de ser tolerantes.

No caer en la “nueva intolerancia”

Paradojalmente, nuestro mundo contemporáneo que se cree tan tolerante ha aumentado sus niveles de intolerancia hacia aquellos que piensan y obran de manera diferente. Lo más lamentable es que lo hacen a nombre de “la verdad”, “la democracia”, “la religión”, “la ciencia”, etc.

Ayer escuché un pedazo de un sermón, porque no tuve el estómago para seguir escuchando más, como un pastor en un país sudamericano pedía la muerte de los homosexuales y de quienes les apoyaban. ¿Cómo puede un cristiano en sus cabales desearle la muerte a otro ser humano? Eso me recuerda la actitud intolerante que asumieron Juan Calvino y Martín Lutero con quienes estaban en desacuerdo con sus ideas. O los grupos que huyeron de Europa para vivir su fe en libertad, pero se convirtieron en los más crueles intolerantes de quienes no apoyaban sus ideas asesinando y quemando a quienes tenían ideas distintas. Los episodios de los cuáqueros, y en la actualidad, las comunidades Amish con quienes siendo de sus filas deciden creer distinto es tristemente contradictorio con sus ideales. Aún tengo en la retina el horror que me causó leer el libro La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne,[5] que narra los excesos del puritanismo. Como es habitual, se hizo una película mediocre de un buen libro con el mismo nombre.

Lo que más causa repugnancia a algunos es la “intolerancia”, no obstante, actúan de la misma forma ante personas que sostienen pensamientos diferentes a los de ellos.

La nueva intolerancia niega la convicción. El escritor inglés C. S. Lewis escribió: “La tolerancia es la virtud del hombre sin convicciones”. Aunque admiro profundamente la mente de Lewis, no puede estar completamente de acuerdo con él. Puedo ser tolerante con las ideas ajenas, y aun así mantener mis más profundas convicciones.

Tener la convicción de estar en la verdad, no debe convertirme en intolerante con quien tiene una certeza distinta a la mía. Debo exigir, que se respete mi derecho a expresar mis convicciones, pero todo derecho supone un deber, en este caso, el deber de respetar las convicciones ajenas, a menos que ellas me priven de mi derecho.

No puedo aceptar, por ejemplo, las prácticas de grupos terroristas islámicos, pero no puedo negarles su derecho a vivir su religión dentro de sus convicciones, por mucho que no esté de acuerdo.

Uno de mis amigos es ateo, y hemos aprendido a llevar una amistad basada en nuestros puntos de encuentro, y no en las diferencias. Hacer énfasis en lo que nos separa, y no en los que nos une, es la receta para la discordia.

Alguna vez leí la frase de que “un enemigo es aquel de quién aún no conoces su historia”, y en muchos sentidos es cierto, porque si hay algo difícil de hacer es situarnos en la perspectiva de la otra persona.

Luchar por el amor

Terminar una relación por diferencias de opinión, especialmente si son de religión y su relevancia es subjetiva es algo absurdo. Amar y encontrar a quien amar, es una tarea compleja, y cuando se logra encontrar a alguien para amar, dejarlo por diferencias de opinión, que pueden ser limadas y confrontadas positivamente, no es una buena idea, al contrario, podría ser un síntoma de estar viviendo lo que Bernardo Stamateas llama una “fe tóxica”.[6]

Amar demanda un compromiso por la comprensión y el aprender a situarnos en la perspectiva de quien amamos. Nadie es dueño de la verdad, y el amor es el principal motor para poder llegar a acuerdos y acercamientos con personas que tienen opiniones distintas.

El filósofo Karl Popper cita[7] a Voltarie que se pregunta: ¿Qué es la tolerancia? y responde, “tolerancia es la consecuencia necesaria de constatar nuestra falibilidad humana: errar es humano, y algo que hacemos a cada paso. Perdonémonos pues nuestras mutuas insensateces. Éste es el primer principio del derecho natural”.

Esto que dice el filósofo francés debería ser la práctica habitual de los que se aman “perdonarse sus mutuas insensateces”. La única razón para separarse o alejarse, es simplemente, porque alguien rompe el pacto, y eso, puede significar que alguien sea violento(a), infiel, abandone, o realice cualquier otra cosa que cause daño a su pareja, de otro modo, todo se puede solucionar.

El fanatismo, habitualmente está relacionado no sólo con la incapacidad de analizar las perspectivas ajenas, sino con la actitud intolerante de querer imponer a otro sus propias convicciones. Eso no es lícito en una relación saludable.

La intolerancia mata la tolerancia. No nos deja pensar y no le permite al otro hacer lo mismo. La intolerancia termina por asfixiar la realidad. El amor es, por definición, tolerante, porque ¿de qué otro modo podrían vivir juntos dos personas que tienen diferente historia, raíces, conceptos y estructuras mentales?

No se trata de relativismo, como ya hemos dicho, sino de convicción, pero no de imposición. Quien cree lo hace desde la conciencia, pero nadie puede aspirar a ser conciencia de otra persona, eso no sólo no es lícito, sino que, además, constituye una negación del derecho.

Popper en su ensayo habla de “pluralismo crítico”, es decir, de la capacidad de examinar todas las teorías, para dialogar y buscar la verdad, no para generar violencia. Esa debería ser la actitud. Partir de la base que cualquiera puede proponer una teoría, y todas pueden ser examinadas, pero eso no implica desechar o maltratar a quienes la proponen.

Amar es aceptar, especialmente, las diferencias, excepto si éstas nos dañan intencionalmente.

Por lo que deberían luchar es por su amor y por encontrar puntos de encuentros. No por hacer defensa de la fe. Porque tal como expresa el historiador Felicísimo Martínez Diez[8] “la apologética nunca se ha caracterizado ni por la objetividad ni por la tolerancia”. Es muy difícil no actuar como un defensor intolerante o como alguien que pierde los estribos. Créanme, no vale la pena. El amor que tienen es mucho más importante que cualquier diferencia, que deben aprender a superarlas con cariño, nunca con imposición, enojo o controversia.

Si deciden terminar será una pena y un reconocimiento explícito de que aun no han aprendido lo esencial del amor, que es el respeto.

 



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Referencias

[1]  Marshal McLuhan y B. R. Powers, La aldea global: Transformaciones en la vida y los medios de comunicación mundiales en el siglo XXI (Barcelona: Editorial Gedisa, 2005).

[2]  Bertrand Russell, Why I am not a Christian: And other essays on religion and related subjects (pref. Simon Blackburn; New York: Routledge, 2005), 30.

[3]  Hans Küng, Libertad del cristiano (Barcelona: Herder, 1989), 83.

[4]  Josh McDowell y Bob Hostetler, La nueva tolerancia (Miami: Editorial Unilit, 1999), 26.

[5]  Nathaniel Hawthorne, La letra escarlata (Barcelona: Penguin Clásicos, 2015).

[6]  Bernardo Stamateas, Intoxicados por la fe (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2010).

[7]  Karl Popper, “Tolerancia y responsabilidad intelectual”, en: http://nomeseasprogre.org/2012/08/22/tolerancia-y-responsabilidad-intelectual-por-karl-popper/

[8]  Felicísimo Martínez Diez, “Cristianismo y tolerancia”, en Religión y tolerancia: En torno a Natán el Sabio de E. Lessing (J. Jimenez Lozano, F. Martinez, R. Mate y J. Mayorga, eds.; Barcelona: Anthropos Editorial, 2003), 44.

10 comentarios:

  1. Gracias por la respuesta, muy atinada y con un enfoque redentor.

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  2. Me ha hecho pensar mucho esta respuesta... creo que lo estoy haciendo mal...

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  3. Qué buena respuesta....te admiro .....y es para que te lo creas...

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  4. Que tremendo mensaje! me encantó, permiso lo comparto. Dios le bendiga en su labor a usted y fami

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  5. Gracias por el articulo. Llego a mi vida en un momento dificil. Gracias!

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  6. Gracias cuanta ayuda y paz me dio este tema bendicion Dr Miguel

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  7. ... tolerancia, puntos en común, amor en acciones ... nunca es tarde. Hoy aprendí mucho con su reflexión.
    Gracias

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  8. ... tolerancia, amor, puntos en común... hoy aprendí mucho con esta lectura... nunca es tarde.
    Gracias pastor

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  9. Interesante respuesta, la tolerancia bàsica siendo que tienen en comun el Creador de las Escrituras. El punto es pues el amor lo que debiera unir. Pero es dificil en una cultura donde la cristiandad ha enseñado que el varon debe liderear pues unos se lo toman hasta para limitar la capacidad de analizar. Estamos en desventaja las mujeres por algunas prácticas que la Escritura nos indica.

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