Nota aparte:
Todos los días recibo preguntas para ser
contestadas en el blog. Habitualmente contesto una por semana, por razones
obvias, tengo mucho que hacer, y contestar me lleva una buena cantidad de
tiempo. Tomo esto con la mayor seriedad del mundo. Digo esto, porque esta semana
tres personas me han escrito enojadas porque no he contestado sus preguntas. El
criterio que sigo a la hora de contestar es elegir una pregunta que sea
repetitiva, es decir, que hayan efectuado también otras personas, lo que me da
una idea de que es un problema común; contestar algo que sea pertinente
(algunas preguntas son incontestables, para cualquiera); elegir una pregunta
que sirva de respuesta para el mayor número de personas posible; escoger una
pregunta que realmente tenga una posible respuesta; y, finalmente, contestar
sólo aquello en lo que tenga experiencia y contenido, no podría dar respuesta a
ámbitos en lo que no me considero competente.
En el contexto anterior, esta semana he
estado pensando toda la semana cómo contestar lo que voy a responder ahora. Le
he dado muchas vueltas en mi cabeza. La razón, es que recibí dos cartas, desde
perspectivas distintas, pero con la misma problemática. Una escrita por un
joven y otra por una señorita. La duda de contestarla es porque no tengo la
menor idea si los que escriben son novios entre sí, o novios de otras personas.
Si es lo primero, tengo miedo de confrontarlos, si es lo segundo, el temor es
que el que no escribió se sienta confrontado. Finalmente, luego de darle muchas
vueltas, decidí publicar ambas preguntas, para que se tenga la perspectiva de
ambos lados. Si son novios entre sí, sería una bendita coincidencia, porque
ninguno sabe en el momento de escribir que me están escribiendo de lo mismo, lo
que sería una bendición, porque ambos están buscando ayuda, y pedir ayuda,
siempre es la mitad de la solución. Si no son novios entre sí, al menos, sabrán
que otras personas pasan por situaciones similares. Contestaré ambas cartas al
mismo tiempo, intercalando frases de cada una de ellas para que mis lectores no
se pierdan en la argumentación.
Aquí pueden leer las cartas, ambas
íntegras, a las que se le han quitado como siempre, datos personales que
pudieran exponer a los autores, y se han corregido, como es habitual, faltas
ortográficas y de redacción (vicio de escritor).
***
“Sufrimos más por nuestras opiniones
que por los acontecimientos mismos” (Séneca)
Pregunta él
“Estoy de novio hace algunos meses y hemos
tenido confrontaciones de pensamiento, en especial, del ámbito espiritual. En
los últimos años, en base a estudio, he cambiado mucho mis creencias llegando a
discrepar en muchos puntos con las personas de mi iglesia. Hace algunas semanas
atrás discutimos con mi novia por un asunto doctrinal en el que se enteró que
discrepo mucho y marcó un quiebre en la relación. Un par de días atrás una
discusión por un suceso externo a nosotros me llevó a pensar en discusiones
anteriores en especial la que marcó nuestra mayor diferencia. La verdad es que
no me siento muy bien cuando confrontamos ideas. Al punto de evitar tocar
ciertos temas que sé que son controversiales con el fin de ahorrarme el momento.
Noto que a ella le pone muy mal cuando discrepamos, en especial en lo
espiritual. Estoy empezando a creer que ella no va a ser feliz conmigo porque
veo el miedo y rechazo en su cara cada vez que se entera de alguna de mis
discrepancias. Creo que en ese punto de quiebre deberíamos coincidir porque
involucra la escénica misma de Dios e influye en la crianza de los hijos. A mí
personalmente no me interesa mucho coincidir en ciertas cosas, pero acepto su
deseo. Creo que ella podría ser más feliz con alguien con un pensamiento más
cercano. He llegado a la triste conclusión de que quizá sería mejor seguir cada
uno por su lado. Pero me duele mucho porque la amo. ¿Será una mala decisión?”.
Pregunta ella
“Hace un tiempo conocí a una persona muy
hermosa. Nos llevábamos muy bien y me
demostró su amor, su respeto y escucha en cada momento que estuvimos juntos. A
medida que pasó el tiempo, mientras lo conocía me di cuenta de que hay cosas
que no concordábamos, por ejemplo: el diezmo (el cree que no es necesario entregarlo
a la iglesia), la alimentación (soy vegetariana), la independencia (todavía no
quiere irse de su casa, se está por graduar en la universidad), la oración (Él
cree que Dios ya sabe y hace todo, no hace falta pedir, contarle, etc.). Cosas
así que, si bien me hacían ruido, entendía que estábamos en un proceso de
crecimiento constante y juntos nos podíamos llegar a entender. Él es muy noble,
me escucha y podemos hablar. Hace algunas
semanas me dijo que había estudiado el tema del Espíritu
Santo y piensa que es una energía, entre otras ideas. Se me rompió el corazón,
es como que me haya dicho que Jesús es un profeta y no parte de la divinidad.
Estudiamos algunos textos y la verdad es que no puedo entender como los saca de
contexto. Hace unos días me llamó y me dijo que no podíamos seguir juntos
porque no íbamos a poder ser felices con diferentes maneras de mirar a Dios.
Estoy muy triste, sin saber cómo seguir. ¿Será que es una bendición para ambos
el no continuar?”
Respuesta
Queridos amigos:
Mi primera reacción a su carta fue ponerme
triste. Ambos, representan uno de los aspectos más difíciles de entender de la
religión, esa que divide y no une. La religiosidad tóxica que crea enemigos y
no busca puntos de contacto o conexión. Eso me entristece, desde hace mucho
tiempo, y creo que ustedes son la punta del iceberg que se esconde detrás de
muchas congregaciones y creyentes, la dificultad para dialogar sin llegar a
consensos o entender que lo más importante no es la diferencia sino los puntos
de conexión, que es evidente, en su relación no lo están encontrando.
Sin embargo, también me pone triste el
entender que están cometiendo el peor error de su vida. Ambos, tú varón, porque
amas y aun así no estás dispuesto a luchar por el amor; y tú, dama, por creer
absurdamente que tener pareja es encontrar a alguien que piense de manera
similar a ti, especialmente, en religión.
Han encontrado, ambos, lo más difícil de la vida: Alguien a quien amar y una persona que los ame, pero, están poniendo todo en riesgo simplemente, porque no han aprendido a dialogar, discrepar y vivir en paz, aún con ideas diferentes. ¿Qué quieren? ¿Un clon de sí mismos?
La difícil tarea de pensar
Una de las empresas más difíciles que le
toca aprender a resolver al ser humano es pensar. La mayoría de las personas
simplemente repite, y, además, muchos lo hacen mal al sacar fuera de contexto
ideas que no tienen validez, pero, aun así, las dicen con la convicción de que
están diciendo una verdad tremenda, cuando no son más que ideas comunes y
opiniones sesgadas.
Nos cuesta enormemente pensar con criterio
propio y, además, aceptar que las otras personas también tienen derecho a
pensar, con las limitaciones propias de cada cual.
Pensar es un arte, que no es dominado por
la mayoría de las personas. Es un ejercicio que exige ser analítico, crítico y,
además, ser capaz de crear su propio pensamiento, y es en esta última parte
donde fallamos más a menudo, porque llegamos a creer que si una idea es propia
no es válida, y de esa forma, también le negamos a otros la posibilidad de
desarrollar sus propias ideas.
Hace algunos días critiqué en las redes
sociales el que pusieran una página de un libro que es netamente sexista, con
estereotipos que son parte del folklore cultural cotidiano donde se supone que
las mujeres y los varones somos de una determinada manera fija, lo que a menudo
no es más que categorizar en estereotipos sesgados de la realidad. La persona
que había puesto el post me escribió diciendo:
—¿Cómo puede criticar un libro que es
sugerido por un experto en relaciones familiares?
Mi reacción fue preguntarme ¿por qué no?
¿Alguien tiene el monopolio del pensamiento? ¿Alguien —fuera de Dios— es dueño
de la verdad?
En lógica la reacción de esta dama se llama
“falacia ad verecundiam”, una expresión latina que alude a la “apelación a la
autoridad”, es decir, creer que algo es verdad o falso sólo porque lo sostiene
una persona experta. Eso es falaz. También los expertos nos equivocamos. Cada
persona debería ser capaz de analizar por sí mismo y determinar, en lo que es
su área de competencia, que es verdad y qué es falso.
Lo último que he dicho es fundamental.
“Área de competencia”. Nunca me atrevería a hacer un análisis de un compuesto
químico porque no es mi especialidad; ni decirle a un astrónomo que sus
cálculos están equivocados, porque no tengo ninguna experticia en astronomía;
ni hablar sobre temas en los que no tengo experiencia ni estoy capacitado.
Lamentablemente, estamos en la época de la
“post verdad”, donde cada persona se siente con el derecho a determinar qué es
y qué no es verdad. De esa forma, dejan de estudiar y todo se convierte en
opinología. Los opinólogos han aumentado de manera exponencial. El acceso a la
información (la mayor parte de mala calidad) que ofrece Internet, ha hecho que
muchos supongan que “saben”. Cuando en realidad, está probado que la mayor
parte de las informaciones que se transmiten por internet o son falsas, o
exageraciones o conceptos tomados fuera de contexto. En esto concuerdo con el
filósofo italiano Vincenzo Gioberti: “La opinión es la enemiga directa de la
verdad”. Especialmente cuando se afirma como absoluta y no examinable.
Pero a la vez, el mundo en el que vivimos
aunque ha aumentado la cantidad de información y el acceso a ella, ha llevado a
miles de personas a convertirse en censores del pensamiento ajeno. En internet
abundan los Trolls, personas que se arrogan el derecho a ridiculizar, denostar,
humillar y maltratar a quienes tienen ideas diferentes a ellos.
Lamentablemente, como vivimos en una “aldea global”, como diría Marshall
McLuhan,[1] todos
terminamos afectados por ese sensacionalismo de creer que si alguien piensa
distinto a mi es mi enemigo o una persona de la cual hay que sospechar, actitud
que abunda en muchas congregaciones religiosas.
Me temo que, especialmente ella, esté
afectada por este tipo de actitudes. ¿Por qué deberías sospechar de alguien que
por conciencia cree que el diezmo no debe ser dado a la iglesia? Es un asunto
que debe resolver por sí mismo y no porque tú o alguien lo disuada o amenace
con las penas del infierno. Dios nunca hace eso y lamentablemente, se utilizan
textos fuera de contexto para denostar a quienes creen distinto.
Si él no cree en el Espíritu Santo, o al
menos, en la manera en que ella lo cree, ¿qué? ¿En qué parte de la Biblia dice
que una persona se salva por creer en el Espíritu Santo? La última vez que leí
la Escritura decía: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que cree en Él [es decir, Jesús], no se pierda, más
tenga vida eterna” (Juan 3:16). Si leo bien, la condición es creer en Cristo.
Más aún, si alguien, como tu novio, no creyera, la manera de atraerlo a Jesús
no es con acusaciones, o asombrándose, sino mostrándole con amor lo que
significa creer en Jesús. No es tarea nuestra hacer que la gente crea de una
determinada manera o no, sino mostrarles en acción lo que implica seguir a
Cristo, y luego permitir que el Espíritu Santo obre en sus vidas (sin importar
que idea tengan del Espíritu Santo).
En esto solemos olvidar el significado de la libertad cristiana, tal como lo expresa Pablo: “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad” (Gálatas 5:1). Cuando olvidamos eso nos convertimos en intolerantes y cargamos al cristianismo de un estigma que valida lo que muchos piensan de los cristianos como gente cerrada y sin capacidad de análisis ni diálogo. Como señala el filósofo y matemático inglés Bertrand Russel: “La intolerancia que se extendió por el mundo con el advenimiento del cristianismo es uno de los aspectos más extraños”[2] del cristianismo. ¡Y claro! Niega totalmente lo que Jesús fue y dijo. Cada día me pregunto si Cristo se sentiría identificado con los cristianos que lo “defienden” en las redes sociales y en la vida cotidiana.
El teólogo católico Hans Küng señala
acertadamente que la libertad cristiana se caracteriza por estar plena de
“generosidad, tolerancia, equilibrio, serenidad, naturalidad, humor, fortaleza,
confianza en sí mismo, valor para pensar y para decidir, esperanza y alegría”.[3] Cuando
esas características no están, entonces, es dable pensar que se está en un
contexto de intolerancia.
Tolerancia positiva
Si bien es cierto muchos abusan de la
expresión “tolerancia”, eso no significa que no tenga significado y que siga
siendo importante.
Una relación de pareja, tal como la relación entre todos los seres humanos, se sustenta en la tolerancia. Sin ese valor incorporado en la acción cotidiana terminaríamos en la Edad de Piedra.
El Diccionario de la Real Lengua Española
define la tolerancia como el “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los
demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. La palabra clave aquí
es “respeto”. Del latín “res-pere”, es decir, observar con cuidado, mirar con
atención... estar atento al otro. No puedes respetar a alguien que no conoces.
Al contrario, es una falta de respeto el que pretendan que la otra persona
piense de la misma forma como lo hacemos nosotros.
La tolerancia implica un ejercicio de
paciencia y bondad. Paciencia, porque sin esa acción no es posible escuchar con
atención, y bondad, porque para poder entender con claridad lo que otra persona
nos quiere expresar se necesita una gran cantidad de bondad, es decir, una
actitud de comprensión bondadosa hacia la perspectiva de otra persona.
No es posible ninguna relación de pareja
sin un grado de tolerancia lo suficientemente efectiva como para aprender a
vivir con las particularidades de otra persona, que no sólo pasan por la
religión, sino por todos los aspectos de la vida.
Ambos, en un sentido u otro están
demostrando poca tolerancia. Ella, la dama, porque es incapaz de entender que
la religión y los matices no se imponen, de ninguna forma, ni Dios lo hace,
¿cómo podemos hacerlo nosotros? Él, el varón, porque en vez de quedarse a
luchar, para aprender a vivir con una persona con criterios diferentes huye, de
una forma que es cómoda, pero que no sirve, porque siempre se encontrará con
gente que piensa diferente. Es imposible que encuentren un clon de sí mismos, y
si por ventura sucediera, sería una relación tóxica, aburrida y sin desafíos.
Religión y tolerancia
La Biblia dice que tenemos que aprender a
“soportar o sobrellevar” las cargas de otros (Gálatas 6:2), especialmente de
quienes no nos gustan. ¡Qué desafío! ¿No? Porque ponerse de acuerdo con quien
piensa igual a uno es un mero trámite. Lo difícil es encontrar puntos de
contacto con quien piensa diferente. Pelear por religión no sólo es una mala
comprensión de la fe, sino que implica que ambos, van por una vía un tanto
enfermiza.
Si me dijeran que uno es cristiano y el
otro es musulmán, probablemente, allí tendría reparos, porque las diferencias
son tan grandes que estamos frente a situaciones difíciles de sortear, pero no
imposibles, conozco un matrimonio donde él es musulmán y ella cristiana,
viviendo en un país no musulmán (porque sería imposible esa fórmula en un contexto
musulmán), que han aprendido a vivir juntos respetándose.
Pero ustedes son cristianos, sé por
secciones de las cartas que suprimí, que son de la misma denominación. ¿Qué
sentido tiene distanciarse? No aprender a vivir con las diferencias teológicas,
es simplemente, un rasgo de inmadurez.
En 1 Corintios 13:7 Pablo dice que el amor
“todo lo soporta”. No se trata de “soportar” en el sentido de “aguantar”, sino
de “sostener”, y ser de apoyo. Porque eso hacen las parejas sanas, se apoyan
mutuamente, y se respetan, sobre todo eso, porque han entendido que son
diferentes, por lo tanto, entienden que no están en la vida del otro para
cambiarlo, sino para aprender a vivir juntos en armonía.
En el mismo tenor la Biblia dice: “Unánimes
entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. Si es posible,
en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos
12:16, 18). Esta última parte es crucial: “En tanto dependa de vosotros”, es
decir, la iniciativa de la paz nace en ti. Si quieren discutir, distanciarse,
enojarse o sentir que el otro está realmente mal porque no tiene los mismos
pensamientos, entonces, no se está ejerciendo eso de “en tanto dependa de ti”.
Pablo agrega: “Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para la gloria de Dios” (Romanos 15:7). Si alguien dio lecciones de tolerancia fue Jesús. Con los únicos que mostró indignación y respondió de una manera drástica fue con los intolerantes de su tiempo, especialmente con los religiosos que creían que todos debían creer exactamente como ellos, o de otro modo, iban a ser rechazados por Dios, como si hubieran tenido una entrevista personal con la divinidad y les hubiera dado el mandato de ser intolerantes con los que no pensaran como ellos.
La Escritura establece claramente cómo los
cristianos tienen que actuar los unos hacia los otros y hacia los de la fe:
“Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los
otros en amor” (Efesios 4:2). La última parte creo que hay muchos que simplemente
no la han leído. No entienden o no quieren comprender que la fe no se vive de
una sola manera. En el mismo tener Pablo agrega: “Sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a
vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
Distanciarse de alguien, que pertenece a la
misma fe, y que cree en el mismo Dios, es simplemente, una locura. Todo ser
humano emocionalmente maduro puede aprender a interactuar con personas que
piensan distinto. Aún, dentro de la misma fe. Jesús soportó a sus discípulos.
Pero cuando no entendemos lo que significa la fe, especialmente en términos de
salvación y gracia, caemos en conductas que son discriminatorias y faltas de
sentido común.
Pablo, que vivió en una época donde pensar diferente, podría significar la muerte, señaló: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13). Es decir, tener la misma actitud de Jesús de aceptación frente a quienes pensaban diferente.
Lo mismo le señala a la comunidad cristiana
de Galacia: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y
mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10). En otras palabras, con
quienes más debemos ser cautos y hacer bien es con los de la misma fe, que son
nuestra familia. ¿Cuánto más en una pareja?
La tolerancia implica respeto, e incluso protección a los derechos legítimos de pensar diferente que tienen las personas. Si no son capaces de respetarse ustedes, que dicen amarse, ¿cómo podrán hacerlo con otras personas?
Si no hubiera habido tolerancia los
cristianos no habrían sido los defensores de la libertad en el contexto de la
esclavitud; ni hubiera habido tantos cristianos involucrados en proteger a los
judíos perseguidos por el nazismo; ni tantos creyentes de Jesús involucrados en
el movimiento por los derechos civiles, no sólo en EE.UU., sino en diversos
puntos de la tierra. Cuando olvidamos la esencia del respeto, entonces, pasamos
de la tolerancia a la persecución y la desavenencia. Que eso se viva al
interior de una pareja que se ama, es simplemente, algo extraordinariamente
triste.
Cuando hay tolerancia existe la capacidad de escuchar y de aprender de las perspectivas distintas. Sin ese ejercicio de civilidad, los cristianos no podríamos predicar el evangelio, tener iglesias ni comunicar el mensaje a través de medios de comunicación masivos.
La tolerancia permite que podamos vivir de
manera pacífica al lado de otros, pese a nuestras diferencias. Si no hubiera
habido tolerancia en mi matrimonio, hace mucho rato que estaría divorciado. Mi
esposa cree en muchas cosas que yo no creo, y viceversa.
Pablo señala acertadamente “seguid la paz
con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). Los
cristianos debemos ser los defensores de la paz y la concordia, no provocar
reyertas, simplemente, porque otra persona piensa diferente a nosotros.
En el Antiguo Testamento se enseña que los
creyentes deben ser buscadores de la paz (Salmo 34:14) y promotores de la misma
(Proverbios 12:20).
Jesús habla de sus seguidores como
“pacificadores” (Mateo 5:9) y los llama bienaventurados, es decir, gente feliz.
Porque una persona amargada o poco flexible no puede ser pacificadora.
Para hacer todo esto no necesitamos sacrificar nuestros principios bíblicos, sino “en cuanto dependa de nosotros”, como dice Pablo “vivir en paz” con todos (Romanos 12:18).
Jesús fue capaz de hablar con una mujer
samaritana, siendo judío; compartir la mesa con un traidor y ladrón, cobrador
de impuestos como Zaqueo; estar junto a un hipócrita y fariseo como Simón;
alabar la fe de una mujer cananea que adoraba a dioses paganos como Baal y no tuvo
reparos en sanar a su hija.
La tolerancia “valora, respeta y acepta al
individuo sin necesariamente aprobar o participar de sus creencias o
modo de actuar. La tolerancia tradicional hace diferencia entre lo que una
persona piensa o hace y la persona misma”.[4]
La clave es que podemos aprender a vivir en paz, sin necesariamente participar
de las creencias de otras personas. Esto es mucho más factible entre personas
que dicen amarse, cuando realmente tienen voluntad de ser tolerantes.
No caer en la “nueva intolerancia”
Paradojalmente, nuestro mundo contemporáneo
que se cree tan tolerante ha aumentado sus niveles de intolerancia hacia
aquellos que piensan y obran de manera diferente. Lo más lamentable es que lo
hacen a nombre de “la verdad”, “la democracia”, “la religión”, “la ciencia”,
etc.
Ayer escuché un pedazo de un sermón, porque
no tuve el estómago para seguir escuchando más, como un pastor en un país
sudamericano pedía la muerte de los homosexuales y de quienes les apoyaban.
¿Cómo puede un cristiano en sus cabales desearle la muerte a otro ser humano?
Eso me recuerda la actitud intolerante que asumieron Juan Calvino y Martín
Lutero con quienes estaban en desacuerdo con sus ideas. O los grupos que
huyeron de Europa para vivir su fe en libertad, pero se convirtieron en los más
crueles intolerantes de quienes no apoyaban sus ideas asesinando y quemando a
quienes tenían ideas distintas. Los episodios de los cuáqueros, y en la
actualidad, las comunidades Amish con quienes siendo de sus filas deciden creer
distinto es tristemente contradictorio con sus ideales. Aún tengo en la retina
el horror que me causó leer el libro La letra escarlata de Nathaniel
Hawthorne,[5] que narra
los excesos del puritanismo. Como es habitual, se hizo una película mediocre de
un buen libro con el mismo nombre.
Lo que más causa repugnancia a algunos es
la “intolerancia”, no obstante, actúan de la misma forma ante personas que
sostienen pensamientos diferentes a los de ellos.
La nueva intolerancia niega la convicción.
El escritor inglés C. S. Lewis escribió: “La tolerancia es la virtud del hombre
sin convicciones”. Aunque admiro profundamente la mente de Lewis, no puede
estar completamente de acuerdo con él. Puedo ser tolerante con las ideas
ajenas, y aun así mantener mis más profundas convicciones.
Tener la convicción de estar en la verdad,
no debe convertirme en intolerante con quien tiene una certeza distinta a la
mía. Debo exigir, que se respete mi derecho a expresar mis convicciones, pero
todo derecho supone un deber, en este caso, el deber de respetar las
convicciones ajenas, a menos que ellas me priven de mi derecho.
No puedo aceptar, por ejemplo, las
prácticas de grupos terroristas islámicos, pero no puedo negarles su derecho a
vivir su religión dentro de sus convicciones, por mucho que no esté de acuerdo.
Uno de mis amigos es ateo, y hemos
aprendido a llevar una amistad basada en nuestros puntos de encuentro, y no en
las diferencias. Hacer énfasis en lo que nos separa, y no en los que nos une,
es la receta para la discordia.
Alguna vez leí la frase de que “un enemigo
es aquel de quién aún no conoces su historia”, y en muchos sentidos es cierto,
porque si hay algo difícil de hacer es situarnos en la perspectiva de la otra
persona.
Luchar por el amor
Terminar una relación por diferencias de
opinión, especialmente si son de religión y su relevancia es subjetiva es algo
absurdo. Amar y encontrar a quien amar, es una tarea compleja, y cuando se
logra encontrar a alguien para amar, dejarlo por diferencias de opinión, que
pueden ser limadas y confrontadas positivamente, no es una buena idea, al
contrario, podría ser un síntoma de estar viviendo lo que Bernardo Stamateas
llama una “fe tóxica”.[6]
Amar demanda un compromiso por la
comprensión y el aprender a situarnos en la perspectiva de quien amamos. Nadie
es dueño de la verdad, y el amor es el principal motor para poder llegar a
acuerdos y acercamientos con personas que tienen opiniones distintas.
El filósofo Karl Popper cita[7] a Voltarie
que se pregunta: ¿Qué es la tolerancia? y responde, “tolerancia es la
consecuencia necesaria de constatar nuestra falibilidad humana: errar es
humano, y algo que hacemos a cada paso. Perdonémonos pues nuestras mutuas
insensateces. Éste es el primer principio del derecho natural”.
Esto que dice el filósofo francés debería
ser la práctica habitual de los que se aman “perdonarse sus mutuas
insensateces”. La única razón para separarse o alejarse, es simplemente, porque
alguien rompe el pacto, y eso, puede significar que alguien sea violento(a),
infiel, abandone, o realice cualquier otra cosa que cause daño a su pareja, de
otro modo, todo se puede solucionar.
El fanatismo, habitualmente está
relacionado no sólo con la incapacidad de analizar las perspectivas ajenas,
sino con la actitud intolerante de querer imponer a otro sus propias
convicciones. Eso no es lícito en una relación saludable.
La intolerancia mata la tolerancia. No nos
deja pensar y no le permite al otro hacer lo mismo. La intolerancia termina por
asfixiar la realidad. El amor es, por definición, tolerante, porque ¿de qué
otro modo podrían vivir juntos dos personas que tienen diferente historia,
raíces, conceptos y estructuras mentales?
No se trata de relativismo, como ya hemos
dicho, sino de convicción, pero no de imposición. Quien cree lo hace desde la
conciencia, pero nadie puede aspirar a ser conciencia de otra persona, eso no
sólo no es lícito, sino que, además, constituye una negación del derecho.
Popper en su ensayo habla de “pluralismo
crítico”, es decir, de la capacidad de examinar todas las teorías, para
dialogar y buscar la verdad, no para generar violencia. Esa debería ser la
actitud. Partir de la base que cualquiera puede proponer una teoría, y todas
pueden ser examinadas, pero eso no implica desechar o maltratar a quienes la
proponen.
Amar es aceptar, especialmente, las
diferencias, excepto si éstas nos dañan intencionalmente.
Por lo que deberían luchar es por su amor y
por encontrar puntos de encuentros. No por hacer defensa de la fe. Porque tal
como expresa el historiador Felicísimo Martínez Diez[8]
“la apologética nunca se ha caracterizado ni por la objetividad ni por la
tolerancia”. Es muy difícil no actuar como un defensor intolerante o como
alguien que pierde los estribos. Créanme, no vale la pena. El amor que tienen
es mucho más importante que cualquier diferencia, que deben aprender a
superarlas con cariño, nunca con imposición, enojo o controversia.
Si deciden terminar será una pena y un
reconocimiento explícito de que aun no han aprendido lo esencial del amor, que es
el respeto.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Todas las respuesta las publicamos con la autorización implícita de la persona involucrada. No se dan nunca detalles personales para no hacer pública la identidad de quien escribe preguntando. Quienes nos consultan a través de nuestro blog o por email, asumen la autorización explícita para publicar la respuesta en este mismo sitio.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
No se permite la publicación de este material
No se permite la publicación de este material
en ningún medio sin la previa autorización del autor
Referencias
[1] Marshal McLuhan y B. R.
Powers, La aldea global: Transformaciones en la vida y los medios de
comunicación mundiales en el siglo XXI (Barcelona: Editorial Gedisa, 2005).
[2] Bertrand
Russell, Why I am not a Christian: And other essays on religion and related
subjects (pref. Simon Blackburn; New York: Routledge, 2005), 30.
[3] Hans
Küng, Libertad del cristiano (Barcelona: Herder, 1989), 83.
[4] Josh
McDowell y Bob Hostetler, La nueva tolerancia (Miami: Editorial Unilit,
1999), 26.
[5] Nathaniel Hawthorne, La
letra escarlata (Barcelona: Penguin Clásicos, 2015).
[6] Bernardo Stamateas, Intoxicados
por la fe (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2010).
[7] Karl Popper, “Tolerancia y
responsabilidad intelectual”, en:
http://nomeseasprogre.org/2012/08/22/tolerancia-y-responsabilidad-intelectual-por-karl-popper/
[8] Felicísimo Martínez Diez,
“Cristianismo y tolerancia”, en Religión y tolerancia: En torno a Natán el
Sabio de E. Lessing (J. Jimenez Lozano, F. Martinez, R. Mate y J. Mayorga,
eds.; Barcelona: Anthropos Editorial, 2003), 44.
Gracias por la respuesta, muy atinada y con un enfoque redentor.
ResponderEliminarMe ha hecho pensar mucho esta respuesta... creo que lo estoy haciendo mal...
ResponderEliminarQué buena respuesta....te admiro .....y es para que te lo creas...
ResponderEliminarQue tremendo mensaje! me encantó, permiso lo comparto. Dios le bendiga en su labor a usted y fami
ResponderEliminarGracias por el articulo. Llego a mi vida en un momento dificil. Gracias!
ResponderEliminarGracias cuanta ayuda y paz me dio este tema bendicion Dr Miguel
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminar... tolerancia, puntos en común, amor en acciones ... nunca es tarde. Hoy aprendí mucho con su reflexión.
ResponderEliminarGracias
... tolerancia, amor, puntos en común... hoy aprendí mucho con esta lectura... nunca es tarde.
ResponderEliminarGracias pastor
Interesante respuesta, la tolerancia bàsica siendo que tienen en comun el Creador de las Escrituras. El punto es pues el amor lo que debiera unir. Pero es dificil en una cultura donde la cristiandad ha enseñado que el varon debe liderear pues unos se lo toman hasta para limitar la capacidad de analizar. Estamos en desventaja las mujeres por algunas prácticas que la Escritura nos indica.
ResponderEliminar